Luzbel y el resto de los ángeles estaban convirtiéndose en una sola llama que se precipitaba en chorro y se derrumbaba hacia los pliegues del infinito, y de modo casi instantáneo el grupo entró a la atmósfera de un mundo desconocido. Cayeron a plomo, igual que un juego de lustrosas joyas. Atravesaron la corteza incandescente y entraron por distintos niveles hacia el centro del planeta, donde densos cristales los envolvían. Sus atenuados cuerpos se entrelazaban con moléculas de amoníaco, azufre y metano. Caían, hasta llegar a incandescentes peñascos de lava que se alzaban sobre desolados y untuosos mares de nafta, veían turbulentos géiseres de petróleo y lagos de aceite en ebullición. Lucifer y el resto se extendieron sobre un continente de fuego y permanecieron inmóviles, jadeantes, por el estrepitoso impacto de las muchas toneladas de negra atmósfera planetaria sobre sus etéreos cuerpos. Luzbel se transformó en una horrible maraña de cuernos, pelos y colmillos.
Soy parte de todo y de nada. Del mar, la luna, los bosques, los valles, las montañas, la gente y en realidad me integro a todo ello. Me defino con palabras, me describo cómo soy, cómo quiero ser, como yo creo que soy ó talvez una mezcla de todo. Si me defino hoy, mañana ya no sería la misma, cada día crecemos, aprendemos, avanzamos, equivocamos el camino y siempre terminamos cambiando inevitablemente, cada día somos alguien diferente en mayor o menor medida.
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