domingo, 21 de diciembre de 2014

“El Abrigo Negro” de Hitler, por Haydee Nilda Vargas Guerrero.



Empecé a leer El abrigo Negro de la escritora cochabambina Sisinia Anze motivada por la recomendación de dos lectores catalanes que dijeron que “me iba a gustar”; es más, que “a través de este libro conocieron Bolivia, mejor que en una revista de turismo”. Después de terminar la lectura me convencí de su apreciación, porque Sisinia tuvo la habilidad de recrear parte de la realidad e idiosincrasia bolivianas con su narrativa.

La tapa del libro describe e introduce el contenido. En primer plano vemos un hombre vestido con abrigo negro, la mitad de él es Hitler y la otra, un minero. Cada mitad sobre su escenario de vida y acción. Dos personajes en uno, cada uno muy distinto al otro porque sabemos que pertenecen a continentes separados por más de 13.000 kms de espacio líquido y entonces surge la expectativa por descubrir el misterio.

El libro comienza con la descripción de Oruro. Allí fue Jacinto a cobrar su salario y se compra un abrigo negro en el mercado de la ropa usada que viene del exterior a través de Chile y se distribuye y vende en toda Bolivia. A pesar del primer impacto de estremecimiento que le produce el abrigo, Jacinto se siente satisfecho. Una valiosa pista que la autora nos deja sobre el hilo conductor de la historia.

La historia asocia dos vidas aparentemente incomunicadas. La una repasa la vida de Hitler y su accionar en la Segunda Guerra Mundial a partir del momento en que le regalan un valioso abrigo negro,confeccionado especialmente para él. Esa prenda de vestir acompaña a su dueño en sus delirios de poder y en la enfermiza obsesión por preservar y mejorar la raza aria, convirtiéndose en el depositario silencioso del dolor y sufrimiento de sus víctimas.

La otra vida pertenece a Jacinto, que se ve obligado adejar los estudios para trabajar en la mina de Huanuni y mantener a su mujer e hijo en gestación. Con Jacinto se conoce las profundidades de la mina, el peligro que rodea al trabajador que golpea las entrañas de la tierra hasta el punto de quitarle el aire indispensable o morir sepultado por un derrumbe.

La autora aprovecha la situación riesgosa del minero para combinar realidad con  fantasía. El personaje poco a poco pasa el límite de lo tangible y se ve invadido por sensaciones extrañas. Visualiza seres fantasmagóricos como el de la niña que murió a los pies de Hitler y el Tío, señor y amo de la mina a quien deben agradar los mineros para concluir exitosamente su trabajo.

Los pilares maestros de la novela se asientan en la rica mitología andina que conserva todavía la memoria del pueblo a través de sus ritos de protección en la mina, el origen de las fiestas del carnaval, los diagnósticos de enfermedades, cuyas causas, según el imaginario popular,radican en lo sobrenatural o la incidencia de energías negativas.

Estamos ante una visión dualista en espacio, tiempo, concepción mitológica y realidad. Dos realidades con sus demonios, dos vidas opuestas que van por sendas diferentes. Una de ellas con una poderosa carga negativa que afecta a la otra, sencilla e ingenua pero dominada por el peso kármico y el demonio del odio instalado en el abrigo.

El abrigo usado, ropa usada, sobra o desecho de países ricos, se convierte en el gran negocio de países pobres. Tema recreado acertadamente  por la autora para tocar la vena sensible del ser humano y advertir sobre el peligro de convertirse no sólo en basurero de ciertos países, sino en el paraíso de sus demonios.

Definitivamente Sisinia pinta con matices y narra con flashes. Con “El Abrigo Negro” se conoce los espacios de forma precisa y agradable. La autora nos introduce en la mina paso a paso, mostrando con luces y sombras sus grietas y concavidades. Se siente sus olores, la falta de oxígeno y finalmente el pánico ante lo inexorable.


                                                   
                                                         Haydee Nilda Vargas Guerrero
                                                         Lic. En Fiología Hispánica.
                                                         Columnista en Barcelona España.

viernes, 10 de octubre de 2014

Novela de Sisinia Anze Terán," EL CONJURO DEL ABRIGO NEGRO".

                                       
         
                 

         
Sisinia Anze, cuenta ya con varias obras en su haber, dentro el campo narrativo principalmente en el de la novela, entre las que nombramos La Clonación de Cristo, Las Últimas Profecías  y El Abrigo Negro, esta última en especial con nota excelente por el éxito  que ha logrado entre el público lector  por haber llegado a una segunda edición y dicho sea de paso, para unos reprobable para otros plausible, el de haber sido motivo de piratería, los últimos argumentando que es resultado de su  calidad y éxito inusitado de su escritura. Sólo las obras más vendidas llegan a este rango, negativo y reprobable, que los piratas se encargan de hacer llegar a más público quitando, apropiándose de los derechos  intelectuales y de trabajo que corresponden a los autores y editores.

 Desde ya este sucinto pero importante historial de su carrera en el arte de escribir  nos la muestra como una nueva y sobresaliente representante de  la  reciente literatura nacional. Es probable que haya alguna gente que objete y puntualice algún pormenor sin mayor relevancia, pero  analizando el conjunto no se tiene otra visión que la de una obra literaria de buena factura y que hace avizorar páginas futuras de su pluma para dar nuevos rumbos a nuestras letras.
  
            El Conjuro del Abrigo Negro - la Lanza de Longinos empalma  dos ámbitos: histórico y geográfico, alejados entre sí y de culturas totalmente diferentes. Dos temas opuestos unidos por una presunción de que la Atlántida pudo haberse situado en tierras orureñas, que aún guardan  restos en las profundidades del lago Poopó, y que supuestamente esa civilización desaparecida fue el punto de partida de los orígenes de la raza de los germanos. Hitler dispone que la Lanza de Longinos, que obra en su poder, sea llevada, sumergida y depositada en medio de esas ruinas. Y efectivamente se lleva a cabo tal operación transportando  hasta las riveras del lago un pequeño submarino.

Es una novela pletórica de información tanto de las costumbres, usos, folclore y paisaje del sector geográfico andino de Bolivia como una minuciosa  información de hechos  de la Alemania nazi en los momentos más cruciales de su historia. A raíz de esta indagación de datos es que se inicia la historia en su novela anterior El Abrigo Negro,  nominada como texto de lectura del sistema educativo de secundaria de Cochabamba.

  Lo interesante de El Conjuro, es la gala de imaginación e inventiva que la autora desarrolla con solvencia, porque no solo crea situaciones increíbles pero verosímiles como la inmersión de un pequeño submarino en las aguas del lago Poopó sino también la presencia de oficiales alemanes de alta jerarquía como Himmler, jefe de la Gestapo, de la Policía del Reich y Ministro del Interior de   Hitler, en una misión demás de secreta encomendada por éste, y recibidos nada menos que por el Alcalde de Oruro y el Jilakata uru, máximo dirigente de Llapallapani y otros funcionarios ediles en trajes de gala para un acontecimiento, según se decía, de relevante importancia científica. La obra nos muestra hechos de la Alemania Nazi, en la Segunda guerra mundial, fotografías literarias de los horrores vividos en esos tiempos y la información pormenorizada de los proyectos secretos basados en la obsesión de conseguir la súper raza aria. Cuadros aterradores como el parto en una clínica especial “Lebensborn” (Fuente de Vida), donde se reclutaban mujeres jóvenes para engendrar, dar a luz y cuidar a sus hijos  propendiendo con el fin obsesivo de  conseguir la raza superior.

La novela nos muestra con lujo de detalles las fases históricas de los hombres más prominentes de la Alemania nazi. Es más, se describe los prolegómenos de la muerte de Hitler, en su búnker situado en Berlín, cuando ya los aliados ingresaban a la ciudad,  detallando los motivos arcanos y esotéricos de los oráculos de Madame Blavastky y las últimas disposiciones  dadas a sus subalternos para llegar al suicidio, el de él y el de Eva, su esposa.
            En la parte narrativa que corresponde a las alturas andinas, logra magníficas descripciones de Macha, de su gente, de sus casas, costumbres y usos. Experta en detallar lugares y paisajes de Bolivia y de sus habitantes dándoles algunas  magistrales pinceladas poéticas, ofreciendo también datos históricos propios del ámbito  indígena boliviano.

De modo muy hábil y brillante  une lo demoniaco que pervive en las  mentes de los nazis con lo demoniaco de las danzas andinas como la de la espectacular diablada orureña aunque no tengan en sus horizontes de acción espiritual las mismas proyecciones.

Resalta que la autora realizó  profundas investigaciones históricas, científicas, antropológicas, de arqueología, mecánica y hasta de la vida submarina, con una exquisita descripción del mundo fantástico de las profundidades del mundo de las aguas del lago Poopó.
           
           En estas páginas se encuentra una explicación didáctica realizada por una profesora a sus alumnos en Macha, en torno a la Chacana. Para muchos lectores que no tenían el conocimiento exacto sobre esta cruz, es sin duda importante. Además la novela hace conocer  sobre la madre tierra y la cosmovisión de los pueblos andinos.

Encontramos una descripción del Tinku con una preciosa minuciosidad, paso a paso, extrayendo todo el vigor de esa fiesta, destacando su esplendor de modo casi cinematográfico, con toda la inmensidad de esa vivencia ancestral. Además nos deleita con notas como la que menciona a las mujeres de los guerreros, contrariamente a los conceptos occidentalizados, que no detienen a sus maridos para evitar la pelea, al contrario los incitan para que vayan al enfrentamiento con más ímpetu y coraje.

          Describe el baile dotando a la lectura toda la energía y gracia propia de los movimientos que motiva la música, sacando a relucir el espíritu de los ancestros que perviven en las melodías y en los pasos de la danza heredada. El uso del lenguaje coloquial muy propio del lugar se manifiesta con toda su galanura  identificando plenamente a los habitantes de la región. Interactúan de modo natural personajes reales de la historia con los creados por la autora, que se relacionan y se  juntan bajo los intereses de la trama novelesca. Inclusive aparece el Tío de las minas, el Supay o diablo andino, en una conversación con uno de los protagonistas del lugar dando a conocer su forma de pensar y mostrando los horrores de su obra infernal.
            
        El argumento está muy bien manejado con saltos de tiempo y espacio geográfico y salpicado con textos informativos relacionados al tema. Es de modo inobjetable una excelente novela que servirá de referencia a los estudiantes y deleitará al mundo lector.
                                                      César Verduguez Gómez


                                               

sábado, 13 de septiembre de 2014

      Las ‘profecías’ de Sisinia Anze Terán

                                                                                           por Homero Carvalho Oliva.

Cuando leí El abrigo negro, la primera novela de la narradora Sisinia Anze, celebré que una escritora boliviana se hubiera animado a cruzar la línea de lo histórico para articularlo con lo esotérico y con la cosmovisión andina, tan afortunadas en prodigios sobrenaturales. Esta novela, cuyo protagonista es el famoso abrigo negro de Adolfo Hitler, vestido por un minero orureño en la época actual, con toda la carga anímica que eso significa, convirtió a Sisinia en una celebridad instantánea y, en pocos meses en Cochabamba, pasó a ser una de las obras preferidas, tanto de los estudiantes como de lectores en general, y eso en un país como el nuestro es algo digno de destacarse.

Acabo de leer Las últimas profecías, la cuarta novela de Sisinia y la segunda de una saga iniciada con La clonación de Cristo, y confirmo que estamos ante una escritora que, valientemente, encara temas históricos y esotéricos de carácter universal con mucha solvencia y honestidad intelectual, porque la obra revela una profunda investigación de La Biblia y de un hecho que apasiona a los científicos contemporáneos, como es el de la clonación humana.

En esta obra la autora despliega una serie de recursos narrativos que muestran a una experimentada escritora que, en una obra bien escrita y mejor estructurada, se vale del suspenso, logrando que el final de cada capítulo sea el adelanto del próximo, consigue que los diálogos sean los apropiados para la historia; también debo resaltar las extraordinarias descripciones de lugares y situaciones que, por momentos, alcanzan hitos poéticos. En esta novela se mezclan el género policial, la ciencia ficción, el horror y la esperanza; los protagonistas son un avezado y culto detective, un niño que es el clon de alguien que murió en la cruz y su devota madre, enfrentados al mal que están encarnados por un equipo de científicos.

Las últimas profecías es una exégesis de las profecías de La Biblia y de algunas otras que se han venido proyectando a lo largo de la historia y que forman parte de los diálogos de los personajes de manera oportuna, a fin de que el lector vaya creando su propio recorrido sobre un tema que creemos conocer porque nos apasiona, pero que, en realidad, apenas intuimos. Sisinia, hermosa y carismática, también dedica su tiempo a dar talleres y charlas de literatura a los jóvenes estudiantes que la reciben con mucho cariño y ella, con una naturalidad propia de los grandes escritores, les entrega sus conocimientos y secretos literarios. Sisinia es, pues, una profeta en su tierra


Homero Carvalho Oliva

lunes, 4 de agosto de 2014

La Energía del Abrigo, por Homero Carvalho Oliva



                                                   

       La Energía del Abrigo




Las aymaras creen que la energía del difunto se queda en las ropas que éste vistió en vida, por eso después de enterrarlo llevan la vestimenta usada a un río y la lavan para que el agua -sinónimo de limpieza-, se lleve la carga que ha quedado entre los pliegues y la ropa quede depurada para ser vestida de nuevo. Este ancestral rito andino llegó a mi memoria después de leer El abrigo negro, la novela de Sisinia Anze Terán, una joven autora que se convirtió en una celebridad instantánea después de que ésta su primera novela saliera a la luz y, en pocos meses, pasara  a ser una de las preferidas, tanto de estudiantes como de lectores en general.

En mi caso, la leí de una sentada luego de que la propia autora me la entregara en un intercambio de libros que hicimos hace una semana. Me la llevé a la Feria Internacional del Libro de La Paz y allí la terminé de leer, satisfecho de saber que tenemos una escritora que, sin prejuicio alguno, encara temas históricos y esotéricos de carácter universal, con tradiciones y leyendas propias de una parte del país, como es la cosmovisión andina del departamento de Oruro. Y digo sin prejuicios porque se trata de temas que están siendo abordados por escritores en el mundo entero y muy pocos lo hacen en nuestro país.

El personaje central de esta novela es un abrigo negro que carga la pesada y negativa energía de su dueño original: nada menos y nada más que Adolf Hitler; si, así es, informado lector, se trata del famoso abrigo negro que viste en muchas de sus fotografías, y películas documentales y que lo caracterizó durante la mayor contienda bélica del siglo XX. El abrigo, en calidad de ropa usada (un tema tan actual que pocos hemos tocado, me trajo recuerdo a un cuento mío denominado El terno azul), llega a un mercado en Oruro y allí lo adquiere Jacinto Choque, un minero que empieza a sentir sensaciones extrañas, producto de la mala energía que carga esta prenda que la autora va presentando de manera extraordinaria. El argumento me parece genial y no pienso contarles la obra, solamente provocarlos para que la lean.

La novela, un territorio de culturas, está dividida en dieciocho capítulos y un epílogo y su estructura narrativa es compleja, porque la autora va entremezclando los capítulos de tal manera que el tiempo y el espacio, entre la Segunda Guerra Mundial y la actualidad  y entre Europa y Oruro, se van enlazando en una cadena de acontecimientos suspendidos que hacen que el lector quiera seguir leyendo. Incluso al terminar, nos quedamos con las ganas de una segunda parte, como esas sagas literarias ya famosas.

El abrigo negro es una novela bien escrita, Sisinia maneja con solvencia los diálogos, resuelve adecuadamente los hechos, así como los tiempos narrativos y sabe usar el suspenso como gancho para atrapar al lector, por eso mismo los capítulos son como un rompecabezas en el que cada pieza es solo una parte de la imagen total y, puede parecer, que algunos de ellos no tengan sentido hasta cerrar la novela, es decir al cerrar el círculo; entonces todas las piezas encajan y el rompecabezas está completo y nos damos cuenta que el abrigo ha sido y es el gran personaje.

Algo que me llamó la atención es el conocimiento que la autora posee de la cosmovisión y culturas andinas de esta parte de la cordillera, y eso lo demuestra en algunos capítulos sin abusar para nada del folclore, sino más bien explotando la magia de lo nuestro. Cuando hablan los mineros, la autora elige los giros lingüísticos propios de la región, lo cual se constituye en una fortaleza de la obra, porque lo hace de una forma que aunque no entendamos algunas palabras, si entendemos el sentido de la oración. Al terminar de leerla, comprobé porqué es una de las preferidas de los estudiantes y porqué la invitan, permanentemente, a su autora a dar charlas y talleres literarios sobre esta y otras de sus obras. ¡Hay que leerla!
                                             
                                           Homero Carvalho Oliva

lunes, 16 de junio de 2014

El Diario del Tío



—Muchos se han perdido, y nunca más los han encontrado. Se dice que fueron víctimas del Tío, que porque no le hicieron su ofrenda al entrar o no creyeron en él o se hicieron la burla, él se los llevó a las profundidades por toda la eternidad –asegura Leopoldo, mirando de reojo a Verónica que no se da por aludida.

— Cada uno de esos túneles ha sido abierto a mano por valerosos hombres; perforando la roca a fuerza de sudor y sangre, entre el frío y la oscuridad; de quitar los escombros, de pulir muros, de montar vigas para que sostengan toneladas de roca –testifica el hombre, acariciando los muros de piedra, como queriendo arrancar de ellas los gritos atrapados de los mineros que nunca más volvieron a ver la luz del Sol—. Muchas veces cuentan los turistas, que han escuchado el  repiquetear de palancas y combos en estas mismas galerías abandonadas y de que han podido ver formas de rostros borrosos sobre los muros, unas sombras que penan por los túneles.



—Parece cuento, cómo que no me la creo –suelta Verónica, con desgano.



—No hable así, señorita, el Tío la puede escuchar y se puede enojar.



—¡ ¿Mmmmmm…?! No me  trago ese cuentingo del Tío, ese. Eso está bien para turistas, nomás.



Leopoldo  hace la señal de la cruz con la mano temblorosa, mientras observa absorto cómo José la reprende, obligándola a callar.



Los muros del pasadizo son toscos y  grumosos promontorios de roca, que tienen un peculiar brillo que  fulgura bañando las caras de los visitantes con un fragante y tenue esplendor. Las estrechas vías son, arduas y oscuras,   terroríficamente apretadas y accidentadas. El aire a ese nivel es húmedo, polvoriento y  tan denso que casi les da la sensación de estar caminando dentro del agua. El conducto de repente se curva,  conduciéndolos a una oscura galería de techo bajo dándoles la desesperante sensación de estar enterrados vivos. Siguen  caminando agachados por un largo trecho hasta llegar a un espacio más amplio; un insólito universo oculto se da paso y se convierte en una polvorienta neblina de nerviosos destellos, que resplandecen en inquietantes formas asimétricas.



—¡Allasito está el elevador! –indica Leopoldo, señalando con el haz de luz un viejo elevador maltrecho.



—¿Acaso vamos a bajar? –inquiere Verónica, con los ojos abiertos como platos.



—No. El elevador ya no funciona. Sólo les estoy mostrando por donde bajaban los mineros.



—Hubiéramos querido bajar para ver cómo es ahí abajo –dice, María, sacando de su mochila una botellita de agua para beber.



—¿Hubiéramos?  —inquiere Verónica sarcásticamente.



El grupo se acerca al elevador; una destartala caja de hierro, cubierto por una puerta de malla metálica.



—¿Podemos tomar fotos? –pregunta Marc, en un pésimo español.



—Claro que sí.



María y Marc abren la desvencijada malla, que hace de puerta del elevador y metiéndose dentro posan para la foto. José enfoca con el celular de Marc y toma varias fotografías, mientras la pareja cambia constantemente de pose.



—¡Ya! Ahora nos toca a nosotros –apunta José, sacando su celular y prepararlo para tomar fotos.

Verónica se queda dubitativa, pensando en la repentina sensación de vértigo que la invade.



—¡Vamos, amor! No pasa nada.



Entran y Marc les tomas varias fotos. En ese momento, cuando José sale del elevador, se siente un fuerte sacudón que obliga a Verónica a aferrarse aterrada a un costado de la cabina.  Su esposo gira para tomarla del brazo y jalarla hacia fuera, pero otro súbito temblor hace que él caiga hacia atrás y que las correas de las poleas del elevador se revienten, provocando que la cabina caiga y que, con su peso, rompa los dientes oxidados del carril, haciendo imposible que el artefacto se detenga. La cabina se precipita escupiendo chispas centellantes en medio de un estruendoso y violento rugir de fierros. Verónica yace tendida en la base de la cabina, gritando por la estrepitosa y atronadora caída que la lleva decenas de metros al fondo del cerro, hasta que por fin los dientes de detención logran ir frenando con inmensurable dificultad el elevador metros antes de que se estrelle al fondo, quedando suspendido a unos centímetros del suelo.

Verónica, poniéndose de pie, con mucho esfuerzo logra salir de la destartalada cabina un minuto antes de que una lluvia de piedras obstruyera todo el conducto y aplastase la caja metálica, provocando un estruendoso bramido varios decibeles fuera del umbral auditivo. Caen rocas en estridentes aludes y  el  chirriante cajón de metal  del elevador se arruga como papel. Se producen leves  temblores en la tierra y aparecen grietas al contorno de la  destruida cabina, intensificados por un ahogado rugido, tan violentamente angustioso que Verónica se estremece de miedo; las grietas exhalan fétidos vapores y salpican partículas de sólida piedra. Una espesa nube de tierra oscurece todo el corredor, haciendo que Verónica sufra de un acceso de tos y un posterior desmayo.



En la galería donde se encuentra el resto del grupo aún son presa del pánico, viendo todo el canal obstruido por rocas de enorme tamaño. Leopoldo se aferra al muro y empieza a murmurar con los ojos abiertos como platos.



—El Tío se la llevó, el Tío se la llevó. Ella no creía, y no tuvo respeto. Ahora se la llevó.



—¡Calla! Leopoldo.  Hay que ir a buscar ayuda. ¡Inmediatamente!



—Lo lamento. Cuando el Tío decide, decide. No se puede hacer nada. Nadie querrá ayudarla –acotó, al momento de salir corriendo hacia el exterior, dejando a la pareja de francesitos gritando, mientras José en un intento inútil y desesperado intenta arrancar las gigantescas rocas, mientras grita desesperadamente el nombre de su esposa sin recibir respuesta.



Aproximadamente una hora después, en medio de una tortuosa oscuridad, el haz de luz del casco marca una franja luminosa, cuya luminiscencia atrapa millones de partículas de polvo.  Verónica abre los ojos y le cuesta  acostumbrarse a la negrura de las entrañas del cerro, intenta no respirar con temor a  estar inspirando venenoso gas, pero la desesperación la invade  y no le queda más remedio que  tomar aire en el nebuloso lugar. La mujer tiene reseca la garganta y su hinchada lengua es un bulto de trapo dentro de  su boca. El cuerpo de Verónica se estruja, su cuerpo  está cubierto de polvo, su hinchado tobillo cruje y se lamenta.  Su corazón está enloqueciendo y  sus ojos están nublados, su espalda se encorva con un triste chirrido, está sin aliento. Siente que está al borde de la muerte.



Se yergue con dificultad, el dolor en el tobillo se intensifica, pero camina internándose por el túnel, camina varios minutos que parecen horas, avanza con lentitud por una pasarela que hay en el punto más elevado de la enorme cámara y se topa con una pequeña y vieja puerta de madera que parece que hubiera estado cerrada por cientos de años. Escucha unos pasos detrás y, rápidamente gira pensando que vienen por ella, pero no ve a nadie, sólo los túneles vacíos y silenciosos. No sabe si es por el efecto del pesado aire que delira con  la idea de que  alguien la está siguiendo.

Piensa unos instantes y decide abrir la puerta. Los goznes crujen y el polvo se desprende de la madera como un espectro. Dentro encuentra objetos muy raros; encuentra un enorme espejo biselado enmarcado con  tallados pintados de color oro, unas sillas estilo Luis XIII, una mesita de centro estilo francés y una percha donde cuelga una vieja capa roja con capucha. Verónica no da crédito a lo que sus ojos ven, se acerca cojeando, ahora por la hinchazón del tobillo y toma asiento en la escuálida sillita. Alumbra todo el entorno y no entiende cómo esos objetos se encuentran dentro de la mina a esa profundidad.

Sobre la mesita encuentra un grueso manuscrito foliado, cuya tapa   de madera está revestida de piel adornada con ornamentos de hierro, que  protegen los pergaminos bellamente escritos con una letra estilo romano clásico. La tinta utilizada en sus hojas es una preparación de extracto de tanino y sulfato de hierro que se usaba en el siglo XV. Verónica mira a un lado de la mesita y encuentra sobre el suelo una pequeña lamparilla de querosén, se acerca, saca de su mochila la cajetilla de cerillos  que Marc le dio a guardar, enciende la mecha y  toda la galería se ilumina con un pálido fulgor. Toma el manuscrito con ambas manos, lo  acerca a la luz de la lamparilla y, pasándole la mano por la superficie, limpia el polvo de la tapa para poder leer el título del mismo; “Diario de K. G. Maier” Hojea lentamente las crujientes páginas amarillentas, leyendo cortas palabras que parecen dibujadas con magistral habilidad.

Cierra el pesado libro, ocasionando que una nube de polvo se extienda frente a su rostro y le provoque una rasposa tos. Lo apoya sobre la mesita y abriendo la pesada tapa lee la nota de la primera página:

“Esta es la historia de mi vida, no sé cuáles fueron los motivos que me llevaron a realizar tal faena, quizás para no perecer en las redes de la monstruosa locura que me acosa desde hace siglos. Soy inmortal y ésta es mi historia:”



Ausencia - Poesía Sisinia Anze Terán

                                                                                                                                         ...